La luna le acompaña
cuando cae la tarde.
La naturaleza sufre
el roce de su piel.
El alma se detiene
al borde del acantilado.
No es en esta vida
que se lanzará al mar.
Mientras, las olas gimen
en su sed de cuerpos.
Invocan la tormenta,
el palacio demente.
Las gaviotas en el rojo
rasgan las nubes, picotean.
Recuerdan el falso amor
escondido en las rocas.
Ya asoman las estrellas,
chispas en la noche eterna.
Ya se retiran en desorden
el viento, el mar y la muerte.
La boca del infierno quedó
muda y hambrienta.