Azúcar en los bolsillos

Es el día de la mujer.
Hay puños morados en alto
por toda la ciudad.

Mujeres, muchas mujeres,
pero yo no las veo,
no las oigo, no están.

Solo veo una sonrisa,
gigante como un fantasma.
Una serie de risas,
de dientes sonrientes,
de dulzura de tarta de queso.

Y no puedo parar de reír,
y llorar. Reír y llorar.
Llorar porque una sonrisa
nunca debería ser triste.
No debería marcharse jamás.

Y reír por la suerte
de haberla conocido,
como cuando encuentras
azúcar en los bolsillos.

Es el día de la mujer
pero para mí siempre será
el día de su sonrisa.

A Chiqui

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Lomo de dragón

Toda ella es una curva serrada,
dientes viejos de sonrisa precoz,
boca que todo lo engulle y que nada oculta.

En ella cada camino es un desvío,
una invitación a mirar lento,
a respirar antes de caer en su mordida.

Esta bestia te atrapa en su centro,
corazón vetusto de lava y alma negra,
para cargarte después en su lomo de dragón.

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Una sonrisa

Una sonrisa es una pared.
En la pared crecen musgos, hiedras y pájaros.
En ese muro la lluvia y sus problemas resbalan suave.
Sobre la cal mojada la risa del sol se refleja. Brilla y carcajea.

¿Vienes a quebrar la pared?
¿Vienes a abrir ventanas como dientes?
¿Vienes a airear esos ojos con tus vientos?

Llega, pues.
Pinta la máscara con trampantojos de cielo.
Haz invisible la nube en el mar de risas.
No hay muro que resista el peso del mundo.
Es difícil no enamorarse de lo que oculta una pared.

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Todos los mundos

Viaja, se retuerce
como zumo de nubes
entre las plumas de las águilas.

Vuela las fronteras
contando hormigas abajo,
haciendo acopio de amantes.

Sueña sin almohada,
sobre el duro blanco suelo,
nácar violento de cada sonrisa.

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Cada mañana, cada baile

Se levantaba cada mañana con ganas de cambiar su mundo. Abría las manos y ofrecía su debilidad. Encajaba los golpes con una sonrisa y una lágrima. Una sola; no se permitía derramar ninguna más.

Luchaba por exterminar la hipocresía de su casa. Con cada salida del sol desayunaba recuerdos de caricias y, una vez saciada, se disponía a mirar a los ojos a cualquiera que quisiera crecer, como ella.

La evolución era ligera, frágil y transparente. Y su mirada de luz diurna la exponía, la opacaba, la mostraba a los que estaban listos para ver. Con ojos inmensos, pozos de amor.

Durante el día ordenaba las mentiras que escuchaba, y una a una las escondía bajo la alfombra. Había mentiras diminutas, que como gotas de mercurio trataban de escabullirse de entre sus manos.

Encontraba mentiras complacientes, suaves y esponjosas, algodón de azúcar para los oídos. Y hallaba también mentiras fuego, mutantes engendros nacidos de la rabia interior, de la lava de todos los proyectos fallidos, de todas las ansias sin resolución, de todos los días gastados sin amor. Piedras duras e incómodas, algunas de ellas bellas, brillante atracción. Otras, ordinario carbón.

Y así, ya toda las piedras del día bajo sus pies ordenadas, se dispuso a bailar sobre ellas hasta hacerlas desaparecer. Y se contorneó, invocó al abrazo de nube en una danza fugaz, meció el viento con sus pies desnudos, y bailó, bailó, bailó. Bailó hasta caer sobre el silencio de las piedras. Bailó hasta desfallecer en su nueva verdad.

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