Soy una caracola de ciudad sobre un tejado efímero. Dispuesta a todos los que desean escapar de la urbe. Nacarada al tacto, mis arrugas son imperceptibles muescas del paso del tiempo entre mano y mano. Un desahogo gigante, una oreja descomunal, sirviente callada, una geisha occidental.
Quien me tiene bien aferrada se moja el pensamiento en mi mar interior, un lago salado con oleaje de salvación. Quien me apoya sobre su almohada navega en sueños al escuchar mi crepitar de burbujas.
Aquí dentro el silencio es utopía, el agua nunca descansa. En mi forma de caracola soy inmortal.
¡Qué preciosidad!