Camino sin ruido

Hay un camino sin ruido
en el que no estoy.
Uno sin peso ni calor.
En el que el frío en su transparencia acalla todos los gritos.

Hay una vereda verde donde
el agua moja los pétalos
en su desnudez impía.
Vereda que se lanza en una curva de largas luces tangentes.

Hay una senda de paz
transitada por nadie,
imaginada por todos.
Una bajo nuestros pies que, en vez de recorrer, pisoteamos.

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Contaminación

Solo podía respirar durante la noche.
Entre velas de algodón recién lavadas
hundía su cuerpo tierno, sus poros trémulos.

La contaminación, torpe tras la ventana,
golpeaba con nudillos leves el cristal.
Nadie ya afuera para guiar el volante del miedo.

La mañana trajo una nueva máscara,
un edén florecido de plásticos y humo,
camuflaje perfecto para el camino sin destino.

La soledad, a un lado de la carretera,
imploraba autostop al sol y a la luna.
La esperanza pasó de largo entre llamas azules.

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El camino

El camino llegaba
hasta donde no alcanzaba la vista.
Sutilmente nítido,
como filo recién cortado de cristal.

Me atrajo su lejanía,
su intocable y pulcra serenidad.
Me adentré en él,
esperando conocer al que lo creó.

Caminé como brisa,
besando cada paso en su cavidad.
¿Cuánto falta?, pregunté.
Mucho aún, ahora debes regresar.

Recogí pues cada beso
mientras desandaba mi corta vida.
Me venció la curiosidad
y volteé para ver mi sombra al final.

Y no encontré nada ya,
ni huellas ni camino, solo restos de mis ansias de verdad.

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El mundo habló

El mundo me muestra sus dientes,
¿es eso una sonrisa, una mueca
o el inicio de un mordisco?

Le ofrezco mis ojos cansados,
la ofrenda de todo lo que no veré
si me permite continuar mi camino.

El mundo habla, no más ojos,
no hasta que se sequen mis ríos.
Entonces qué, me digo y repito.

Nada de ojos, olvida las manos
y tus pechos, tengo de sobra
de buenas intenciones.

Susurra ahora tranquilo,
quiero tu corazón colmado
de sueños y amores por cumplir.

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Salta

El camino que desciende al mar es escarpado. Tanto que te convertirías en gaviota solo para besar un instante esa furia espumosa. El cuerpo se paraliza y se clava en la tierra rojiza. No hay escaleras al cielo tampoco. El salto podría ser mortal. La carne se hace niño, miedo, placenta y cordón. Las raíces son pocas y gruesas. El promontorio aguantará otra embestida de olas. Cierras los ojos, el norte baila en tus oídos. Silba, pita, grita todo tu ser. Nunca serás uno con el mar.

Salta.

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