Ikebana silvestre

Como árbol que se afana por vivir entre las rocas,
crezco, asciendo, buscando los claros en las nubes.
No existe el vértigo, no hay razones, solo crecimiento.

Si no hay tierra bajo mis pies, ahí pondré mi carne.
Si no es época de lluvias, usaré mis lágrimas
como manantial eterno de vida y de calma.

Me verás a lo lejos, un ikebana resquebrajado
pero en pie, en un equilibrio extraño,
sediento de uñas que rasguen su piel.

¿Es esta paz una utopía o reflejo de mi verdad?
¿Es mi piel soledad o alma de bosque?
Rocas, sujetadme las hojas antes de caer.

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Cables

Hay cables por el suelo. Nido de arañas.
Cables que nos conectan y que nos ahorcan. Cables espirales.
Cables para descargar tensiones y furias. Cables a tierra.
Cables en el aire que sostienen nuestros frágiles egos. Cables equilibristas.
Cables ocultos detrás de paredes sordas. Cables espía.
Cables pelados de frío. Cables ovillo.
Cables que se prestan a intereses perdidos. Cables utopía.
Cables que arrastramos con anclas invisibles. Cables marinos.
Cables perdidos, sin razón alguna. Cables durmientes.
Hay cables silentes. Sueño con cables.

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Equilibrios

Cuando no sabes por dónde empezar, lo primero que hay que hacer es mirar lo que se encuentra bajo tus pies. ¿Es el suelo una cuerda, un hilo de metal, un tejado, una nube, un camino, un río, un cuerpo sin vida?

Ahora abre los ojos. Ese suelo de madera, de gres, de cemento o esa hierba artificial, ¿te dan seguridad?

A mí la seguridad me la da mirar hacia mi brazo y mi mano extendidos y ver que no tiemblan. Sentir que puedo acumular muchas lágrimas mientras dibujo una sonrisa. Es pasarme horas deshaciendo nudos en el estómago. Cantando quedito. Mascullando mantras que invento solo para mí. Nanas de ultratumba como corteo fúnebre.

Luego viene abrir la ventana, dejarme inundar por el río de sonidos de la ciudad. Pienso que ninguno de esos ruidos lleva mi nombre y súbitamente todo es silencio. Sin embargo, una melodía permanece. Es una composición que varía de vez en vez, formada por todos los gemidos que mi piel puede recordar. Hay nuevos, viejos. Y cuando resuena, lugares en mi cuerpo erizan sus vellos como banderas plantadas reclamando su patria. Un roce, otra caricia, y amarán otro país, otro recuerdo, otra piel.

Miro hacia abajo y veo las copas de los árboles. Abro los ojos y veo mi delgado alambre de funámbula, y aire.

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