Todo está frío.
Cada poro con su gota.
Cada gota con su temblor.
Me sumerjo.
Los latidos nadan libres
y los peces besan mis miedos.
Abro los ojos.
Busco el último color de la tarde.
La luna vigila ya entre los pinos.
Todo está frío.
Cada poro con su gota.
Cada gota con su temblor.
Me sumerjo.
Los latidos nadan libres
y los peces besan mis miedos.
Abro los ojos.
Busco el último color de la tarde.
La luna vigila ya entre los pinos.
Nunca duermo sola.
Estás tú, que no estás.
Está la distancia que nos abraza.
Se quedó el último suspiro de tus ojos.
Escucharé por siempre tu silencio azul sobre mi almohada.
Estás tú en mí.
Te respiro en el horizonte.
Nunca sueño sola.
Nos parecemos en las arrugas,
en el frunce del ceño de las rabietas.
Nos parecemos en lo profundo,
en lo que ya no queda de aquella ira.
Nos parecemos en las pupilas,
no en el agua que apacigua sus orillas.
Estoy lejos, pero te miro a los ojos.
Y veo más allá.
Te veo.
Niña, te tomo prestada la palabra,
la vista, el oído y el corazón.
Ya sé que no es este tu río,
lo sé, tú nunca tuviste uno.
Pero niña, ayúdame si puedes.
Cierra los ojos, sumérgete aquí.
¿Qué ves? Anda, niña, quiero
bañarme en tu limpia mirada.
«Veo un río de estrellas».
¿Solo, mi niña? No me hagas sufrir.
«No, no temas, no lo haré…
Escucho grillos en la lejanía.
Dentro del río olor de adelfas,
gotas de néctar sobre mis dedos.
Siento una mano en la mejilla,
el principio de un abrazo.
Un dedo me indica abajo un carro,
mas prefiero unir las líneas de mi mano.
Hace frío aquí en el manto de luz y
me hago chiquita hasta ser solo grito.
Alguien volvió a pedir un deseo,
todo se alborota y se mueve veloz.
¡Ah! Mira qué guapa se puso la luna.
El viento cesó, ella se mira en el río.
Se terminó el abrazo, ya me diluyo.
Salgo del río, mi madre me seca».
¿Es eso todo lo que ves, niña mía?
«Sí, ya mi corazón contigo regresó».
Viví en unos ojos
que contemplaban
una tierra
cegada de paz.
Navegué el mar
que fue río
y antes furia
que quiso volar.
Icé mis alas
al todopoderoso
cielo de olas
y eché a nadar.