Mediodía

No vengo de comprar el pan,
ni el periódico ni la leche,
pero me siento en el banco
todavía húmedo como si lo hubiera hecho.

Las manos en los bolsillos
del abrigo buscan instintivamente
migas para alegrar a las palomas.
Mas solo guardan el tibio final de la mañana.

El mediodía ilumina triste
las gotas sobre la hierba
que aún resisten el tiempo.
El sol se escapa silencioso a otro barrio.

Los aviones allá arriba juegan
a formar nubes a su paso.
Tras unos segundos, la línea
se quiebra y el azul la devora con ansia.

Este podría ser mi banco,
o aquel otro enfrente mío
ser mi lugar en el mundo,
pero ¿quién quiere sentarse a ver derrumbarse el mundo?

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Título opcional

Gustaba de nombrarse las cicatrices, arroparlas con letras, murmullos y música de caos. Recorrían sus yemas las orillas del dolor. Humectaba la soledad de cada día en un sobre de rutina. Disponía las voces de su cabeza en fila india frente al espejo. Enviaba a la guerra del sexo su maltrecho corazón. Sobrevivía a los estertores de amistades mortecinas. Limpiaba con su aliento el peldaño que había logrado subir. Vivía y no se dejaba vivir. Su título era opcional.

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Segundo piso

Era un rellano muy transitado. Ocho ojos, cuatro puertas. Ella bajaba su soledad a pasear. Él subía a tender sus retales de alma al sol.

La rutina que descendía por los peldaños esperaba paciente en el zaguán a que alguien le abriera la puerta para escapar calle abajo.

Ella miraba sus pasos acompasados. Él clavaba la mirada ansiosa en el techo. Se olisqueaban sin querer al cruzarse en el rellano.

«¿Me enciendes la luz de la escalera cuando se apague, por favor? Llevo las manos llenas de tanto pesar».

«Claro», dijo ella. «Espera que suelto el mío».

Y se miraron por primera vez. En el segundo piso.

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