Buena gente, gente buena

En la ausencia de máscaras
nos adivinamos hermanos.
Enarbolamos defectos como bandera.
Y felices, tras saciarnos
de estrellas y nubes,
escondemos los colmillos
bajo el labio, con familiaridad.

Fuera, el mundo ruge.
Nos pide la vida
pagar peaje por esta paz
extraordinaria.
Nuestros cuerpos,
la piel, la luz,
la última meta y barrera.

Es preciso acallar
la paz de los buenos,
el silencio justo
de los inconformistas.
No vaya a ser que alguien
nos descubra
y nos señale con el dedo.

Forzados a regalar paz
solo a las almas que sobreviven
una, dos guerras.
No puede haber descanso
para los pacifistas,
ni perdón o absolución
para los omnipotentes de corazón.

Nuestro sino, es pues,
convertirnos
en los desheredados de Dios,
en los descastados
del rebaño.
Buena gente, gente buena,
pero solos.

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Vida puta

Si todo lo que tomo son frases usadas,
ya nada virgen destrozará mis ganas.
Fuerza tu candado, muere tu resaca.
En esta vida puta se llora y no se calla.

De lo que me dices a lo que haces
ya no queda presa viva, ni telaraña.
De lo que prometes, el juego sabe
que yo me quedaré si no te engañas.

Son estos días que pasan rápido
gasolina de futuras templanzas.
Fuego y muerte, unidos a pespuntes.
La vida no pregunta, rasga y se marcha.

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Corazón deconstruido

El corazón se dirige allí donde espera no ser roto
A la tierra, al cielo, al mar entre ambos
A la comunión de los silencios, al espanto de ser

El corazón libre camina a latidos agigantados
En caminos inmunes al peso de los pasos
Saltando todas las barreras que él mismo se pone

El corazón que viaja ligero se mantiene joven
El corazón que ama sin dudas roza lo eterno
Sin trucos ni aspavientos, es uno y todo lo puede

Para Juana Pita

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El niño cebolla

El niño cebolla no hace llorar. Nada de eso. El niño cebolla aprendió a quitarse los abrigos, las mantas, las capas y las sombras que cubrían su alma.

Y aprendió a volar con solo cerrar los ojos. Y vio ciudades crecer, campos fructificar, mares mecerse suavemente con la luna.

El niño cebolla no se traga las palabras sino que las deposita cadenciosamente en la punta de su lengua. Las lame, las besa, las acaricia. Las muerde y ellas solitas se colocan en el orden justo. Es cuando te desarma. Te desvela y te desfiguras.

Se mira en el espejo de unos ojos que le ignoran. Y esa es su lucha. No desvanecerse. Sin encenderse. Sin llorar. Crecer y romper más barreras. Propias y ajenas.

El niño cebolla se ata los cordones de los zapatos a la tierra.

El niño dentro del niño.

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Sueños

Dicen que los sueños no duelen, que duele despertar de ellos.

Cómo explicar que, silenciosos, los sueños me hablan de ti. Me acarician cuando no estás, me erizan, lamen el sudor de la piel que te llora.

Es cuando grito de placer que despierto y los sueños se hacen pequeños, diminutos, dos sombras negras del tamaño de tus pupilas.

Los sueños me ven mutar de niña a mujer y de vuelta al candor. Y yo les guiño mientras hago girar una piruleta en mi boca.

Arremolinados me señalan con su dedo inmortal. Se carcajean y moldean mi carne en jirones de nube.

Me retuerzo porque no estoy sujeta, porque no hay barreras que me guarden de ti, porque puedo merodear de horizonte a horizonte y sé que siempre estarás donde el sol se asoma al precipicio.

Y el principio es el final de cada sueño. La herida abierta. Los rayos de sol. La luna quebrada. La roca calcinada de los malos humores.

Abro los ojos. Sacudo el felpudo del corazón. Entra, pasa, el silencio es tu casa. Canta, aquí no hay ecos. El tempo se paró. La melodía se apea de la sangre.

Pasado o futuro, todo está presente.

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