Quimo

Todo da vueltas, gira y gira, excéntricamente.
No tiene sentido volver a lo no dicho,
hay que regresar
al pensamiento.
A las ideas.
Es en estos silencios
que el vórtice recupera su fuerza.
Dejo de tragar saliva, no queda nada fuera.

Cada dolor llega con un vocabulario propio.
De informe, a uniforme, a leve brisa de aire.
Quien lo desee puede
cogerlo por el centro,
aprehenderlo.
Aprender a procesar
el miedo que nos recorre las venas,
la memoria de la sangre de los que se fueron.

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¿Dónde está?

Nos quedamos a media vida,
inhalando rápido las luces del mediodía.
El destino hoy se vistió de Carnaval,
a la espera de aplausos y algarabía.

Los huesos se preguntan dónde,
dónde queda el ascensor directo al mar.
Y se arrastran lentos, hipnotizados,
bajo trajes de salitre y cal.

El otro barrio, la favela enamorada,
allí donde el amor brilla y promete,
se esconde entre latas y botellas.
Vacíos contenedores de ilusiones vacías.

La madre llega con la voz fuerte,
para eclipsar todos los micrófonos.
Su hijo muerto le tira de la falda.
Apaga el interruptor. El silencio grita dónde.

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No más besos

Con la verdad por delante,
con la verdad fea, incómoda.
Ven con la verdad que duele,
y si no me hiere, mejor no vengas.

Con besos que me derritan,
con los labios abiertos, libres.
Dame besos nuevos, puros,
y si no lo son, mejor no me beses.

Queda todo el universo por recorrer y besar.
Queda la esencia de nuestras almas por destilar.
Quedamos tú y yo, en estos cuerpos o en los siguientes.
Quédate, ya el tiempo se agota y el creador descansa ya.

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Duele

Una niña,
una vida que se aferra
a la mano de su madre.

Mientras,
otra vida se desprende
de las sábanas blancas.

Lágrimas
empañan la cortina,
besa las gasas su tristeza.

Duele despedirse,
duele el olor a adiós,
duele la ciudad en pausa,
duele la vida sin control
que llega y te abraza,
te suelta y se ríe,
duele porque te toca
aunque no sea tu hora.

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Bailén, 12

Silencioso,
altivo y señorial,
dominaba todos sus vecinos
con raíces antiguas borrachas de sol.

Cada día
a la virgencita
le pedía los chismes del barrio.
Ella, cual paloma, alzaba el vuelo.

Bendecía
el verde siestero
y los flashes de turistas sin fe
que rasgaban la superficie del alma.

Enterradas,
las fiestas del dolor
resurgían cada cumpleaños
de aquellos que no quisieron querer más.

Chicos, chicas,
nubes en el vidrio,
flores, pasos sobre el viaducto,
alas suspendidas de esperanzas.

Está solo,
bastión del recuerdo,
de la memoria de las lápidas
que se formaron en mitad del salto.

Le vi salir,
transparente y gris.
Llevaba el abrigo a juego
con el edificio que dejaba atrás.

Vagabundo
en su propia casa,
recogía migas de sonrisas,
retazos de vida azul que masticar.

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