Solo podía respirar durante la noche.
Entre velas de algodón recién lavadas
hundía su cuerpo tierno, sus poros trémulos.
La contaminación, torpe tras la ventana,
golpeaba con nudillos leves el cristal.
Nadie ya afuera para guiar el volante del miedo.
La mañana trajo una nueva máscara,
un edén florecido de plásticos y humo,
camuflaje perfecto para el camino sin destino.
La soledad, a un lado de la carretera,
imploraba autostop al sol y a la luna.
La esperanza pasó de largo entre llamas azules.