Siempre encuentro las manos que recogen la ropa.
Desafío al vacío, a la desnudez de la calle.
Ventanas sueltas cogidas con pinzas.
Almas reunidas en palomares urbanos.
Mi peso descansa sobre un banco verde
Encadenado al árbol que mira cómo vuelas.
Le encargo a la señora que planche mi melancolía.
No hay paz en estas calles que quiera ser compartida.
Guiño al sol que me levanta la falda.
El mar se eleva, abre sus fauces la luna.
Desgarra el viento las horas y las dudas
De un invierno desencantado que soñó con ser niño.
Lisboa se protege la piel de mosaicos con lluvia.
Brilla sin espejos, se quiebra en silencio.
Regresa a la edad de plata, dormita.
Sufre de amnesia, remonta ríos por inercia.
Encabritados los hombres, reniegan de las mujeres.
Se concentran en manadas, se escudan tras el yugo.
Devoran con avidez los restos de un pasado
Que les encumbró a ciegas a lomos del mundo.