Alfama

Siempre encuentro las manos que recogen la ropa.
Desafío al vacío, a la desnudez de la calle.
Ventanas sueltas cogidas con pinzas.
Almas reunidas en palomares urbanos.

Mi peso descansa sobre un banco verde
Encadenado al árbol que mira cómo vuelas.
Le encargo a la señora que planche mi melancolía.
No hay paz en estas calles que quiera ser compartida.

Guiño al sol que me levanta la falda.
El mar se eleva, abre sus fauces la luna.
Desgarra el viento las horas y las dudas
De un invierno desencantado que soñó con ser niño.

Lisboa se protege la piel de mosaicos con lluvia.
Brilla sin espejos, se quiebra en silencio.
Regresa a la edad de plata, dormita.
Sufre de amnesia, remonta ríos por inercia.

Encabritados los hombres, reniegan de las mujeres.
Se concentran en manadas, se escudan tras el yugo.
Devoran con avidez los restos de un pasado
Que les encumbró a ciegas a lomos del mundo.

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Labios como almohadas

Que un homenaje nunca fue tan sentido, ni unas ganas tan derrochadas. No se puede negar.

Que ya no hay sombras porque somos todo luz. Que estamos dentro del túnel y ahí nos mojamos.

Que el dolor es guardián de estas cuatro esquinas y nos lame las heridas con fauces abiertas y ojos cegados.

Que somos bellos cuando nos escondemos sobre las nubes. Y qué rápido nos quiere buscar la tierra.

Que es todo tan lento y los besos tan veloces.

Que el sueño nos vela las manos cruzadas y la arritmia de todo lo que palpita.

Que los nombres nos suavizan los huesos y nos liman los recuerdos furtivos.

Que te quedas dentro aunque abra la ventana de par en par. Que me respiras los techos del alma.

Que no es nuevo. Que es añejo este amor. Que llega cansado de vagar los siglos y los océanos.

Que quiero dormir y tus labios son mi almohada.

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