Soy dos bolsos colgados junto a la ventana, un pendiente suelto sobre la mesilla, la mitad de una foto, un mapamundi con chinchetas, cajas llenas a la espera de algún día estar vacías. Soy una capa de polvo sobre los muebles, el olor de unas sábanas, el desorden tras las puertas. Soy una serpiente a punto de mudar. Esta tierra ya se enfrió.
Etiqueta: olor
Entretejidos
Escribo sobre ti
Tras tu piel
Dentro de tu olor
Fuera de mi cabeza
Esbozo un leve sí
Día de miel
Nube de candor
Reinos de pureza
Llegas hasta mí
Solo un pie
Cargado de dolor
Ecos de naturaleza
Segundo piso
Era un rellano muy transitado. Ocho ojos, cuatro puertas. Ella bajaba su soledad a pasear. Él subía a tender sus retales de alma al sol.
La rutina que descendía por los peldaños esperaba paciente en el zaguán a que alguien le abriera la puerta para escapar calle abajo.
Ella miraba sus pasos acompasados. Él clavaba la mirada ansiosa en el techo. Se olisqueaban sin querer al cruzarse en el rellano.
«¿Me enciendes la luz de la escalera cuando se apague, por favor? Llevo las manos llenas de tanto pesar».
«Claro», dijo ella. «Espera que suelto el mío».
Y se miraron por primera vez. En el segundo piso.
Mala memoria
Tengo un cuervo que en cada nuevo amanecer hinca su pico en mi cerebro, escarba, voltea, embarulla; con ganas o indolentemente, pero siempre a la búsqueda de ese recuerdo que se ha ido escurriendo hacia abajo, al fondo olvidado de entre toda la maraña. Estabas aquí, dice. Sal, no te escondas. Hoy es tu día. Brilla.
Los hay pesados como una lápida y livianos como nube de cielo de verano.
No hay dos iguales, pero pueden salir de dos en dos, encadenados como estaban por su tiempo o por su espacio.
El cuervo gusta de sacar primero los de tonalidad ocre, o quizás los de un sepia apolillado. Los deposita sobre la cornisa para que los elementos les devuelvan la emoción, un calor y olor perdidos. Él llama a este momento el baño de la memoria. Nadie se puede acercar a este improvisado altar sin marcharse con unos merecidos picotazos. Nadie nunca se ha podido llevar estos recuerdos en coma a otro cuerpo o a una caja llena de cartas y fotografías desvaídas.
Por ejemplo, hoy el cuervo encontró un recuerdo feliz aunque amarillento. Una sombra en un camino de tierra. Unas ruedas, unos brazos aferrados a un manillar, otras manos sujetando la rueda trasera, o ¿la estaban impulsando? Una sonrisa y una nueva libertad.
El recuerdo volvió a brillar como el sol de esa tarde estival. Y volvió a morir, como murió esa niña que tontamente se olvidó de mirar a la cara a quien le enseñó a montar ese día en bicicleta.