Silencioso,
altivo y señorial,
dominaba todos sus vecinos
con raíces antiguas borrachas de sol.
Cada día
a la virgencita
le pedía los chismes del barrio.
Ella, cual paloma, alzaba el vuelo.
Bendecía
el verde siestero
y los flashes de turistas sin fe
que rasgaban la superficie del alma.
Enterradas,
las fiestas del dolor
resurgían cada cumpleaños
de aquellos que no quisieron querer más.
Chicos, chicas,
nubes en el vidrio,
flores, pasos sobre el viaducto,
alas suspendidas de esperanzas.
Está solo,
bastión del recuerdo,
de la memoria de las lápidas
que se formaron en mitad del salto.
Le vi salir,
transparente y gris.
Llevaba el abrigo a juego
con el edificio que dejaba atrás.
Vagabundo
en su propia casa,
recogía migas de sonrisas,
retazos de vida azul que masticar.