Cada mañana, cada baile

Se levantaba cada mañana con ganas de cambiar su mundo. Abría las manos y ofrecía su debilidad. Encajaba los golpes con una sonrisa y una lágrima. Una sola; no se permitía derramar ninguna más.

Luchaba por exterminar la hipocresía de su casa. Con cada salida del sol desayunaba recuerdos de caricias y, una vez saciada, se disponía a mirar a los ojos a cualquiera que quisiera crecer, como ella.

La evolución era ligera, frágil y transparente. Y su mirada de luz diurna la exponía, la opacaba, la mostraba a los que estaban listos para ver. Con ojos inmensos, pozos de amor.

Durante el día ordenaba las mentiras que escuchaba, y una a una las escondía bajo la alfombra. Había mentiras diminutas, que como gotas de mercurio trataban de escabullirse de entre sus manos.

Encontraba mentiras complacientes, suaves y esponjosas, algodón de azúcar para los oídos. Y hallaba también mentiras fuego, mutantes engendros nacidos de la rabia interior, de la lava de todos los proyectos fallidos, de todas las ansias sin resolución, de todos los días gastados sin amor. Piedras duras e incómodas, algunas de ellas bellas, brillante atracción. Otras, ordinario carbón.

Y así, ya toda las piedras del día bajo sus pies ordenadas, se dispuso a bailar sobre ellas hasta hacerlas desaparecer. Y se contorneó, invocó al abrazo de nube en una danza fugaz, meció el viento con sus pies desnudos, y bailó, bailó, bailó. Bailó hasta caer sobre el silencio de las piedras. Bailó hasta desfallecer en su nueva verdad.

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Atención al tren

Atención al tren.

No pasar.
No pasar.
No pasar.
No pasar.
No pasar.
No pasar.
No pasar…

… (pasa el viento)

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La piedra en el cielo

Vagan mis ojos lentos
al paso de las hojas.
Hojas de un fiel blanco,
paraíso de poetas.

El cielo doma la tarde,
la estira, masca, doblega.
La noche espera su turno
sobre las margaritas desnuda.

Me quiere, no me quiere,
la vida en un pétalo.
Una masacre alba sin sentido,
un pasatiempo en los labios.

El trabajo, las horas de hoy,
se vuelven agua en el erial.
Fino equilibrio de sudor y solaz
para el alma que siembra su paz.

La nueva hoja despliega su ala,
reza, implora a la nube que caiga
con toda su fuerza y estruendo,
que la acaricie y no se distraiga.

Una lágrima cae y horada la tierra,
se calma el deseo, el río descansa.
Allá en el cielo la piedra ensancha,
colmada con nuestros tropiezos.

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Soplo al corazón

Soplo y soplo al corazón,
esperando secar la herida
antes que la lágrima nazca.

Somos nubes por formar,
bailando la danza de las aves
que no planean regresar.

Síntomas de un dorado viejo,
las miradas dudan si soñar
en los tiempos que vendrán.

Cada ojo despierta a su hora,
a la luz de la sabiduría
o al compás de la paz.

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