No quería convertirse en ella,
en una mueca,
otra de esas tan manidas y presentes.
A caballo entre el disgusto,
la reprobación,
y la sempiterna y oscura decepción.
En cada ocaso de luz y piel,
rezaba queda,
esperando relajar arrugas en su cara.
La culpa es de los demás,
decía el espejo.
Y ella asentía, guiñaba, gesticulaba.
Así fue.
La mueca se mudó esta mañana.
Un sí definitivo.
Y el destino se burló al fin de su belleza.