Mientras, la tormenta

Bajo la corteza
el rayo se agazapa.
Un aullido en la casa
despierta a la tormenta.
Fuera, dentro,
todo es uno en el ruido.

Comienza débil la lluvia,
conversación de vecinas
en el portal.
Se hace fuerte y clara
cuando el viento
las empuja dentro.

Los cuerpos húmedos
no saben de pesadillas,
sueñan con soles líquidos
y jirones de pálidas nubes
con los que adornarse
los cabellos sueltos.

En el caserón
las piedras no dejan sitio
para más heridas,
y los recuerdos prefieren irse,
silenciosos y libres de miedo,
hasta el viejo palomar.

Dos antorchas de luz
levitan sobre la loma verde.
Se aproximan a la ventana
en su descenso diagonal,
hasta que llaman al portón,
y exhaustas, mueren.

Todo sucede,
mientras,
la tormenta.

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Azúcar en los bolsillos

Es el día de la mujer.
Hay puños morados en alto
por toda la ciudad.

Mujeres, muchas mujeres,
pero yo no las veo,
no las oigo, no están.

Solo veo una sonrisa,
gigante como un fantasma.
Una serie de risas,
de dientes sonrientes,
de dulzura de tarta de queso.

Y no puedo parar de reír,
y llorar. Reír y llorar.
Llorar porque una sonrisa
nunca debería ser triste.
No debería marcharse jamás.

Y reír por la suerte
de haberla conocido,
como cuando encuentras
azúcar en los bolsillos.

Es el día de la mujer
pero para mí siempre será
el día de su sonrisa.

A Chiqui

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