Hoy no quiero hablar del alma, de ese colchón al que nos aferramos para sentirnos únicos y suaves.
Hoy quiero hablar de la crudeza de la razón, de la impuesta por manos invisibles y de la que nos inventamos para soportar el peso de cada día.
De esa cascada horizontal que quiebra diques de pensamiento a su paso.
De esa metáfora que aún no se ha pronunciado.
Es difícil no rendirse ante su fuerza, como mazazo de viento.
Es hielo que enmudece la sangre.
Es causa y es efecto de nuestras circunstancias.
Voluble, enmascarada y cruel como chirigota de niños.
Hace daño al entrar pero mucho más al salir de nuestra mente.
Es discurso inagotable frente al espejo.
Indispensable cuando pasa de mano en mano.
De sabor acre y amargo en el paladar al probarla titubeantes.
La manosearás, la moldearás, pero nunca la tendrás.
Razón sibilina con corazón de juego.
Categoría: Prosa lírica
Otros mundos
Es la creación de un mundo propio un hecho inquietante.
Surgen dudas continuas. Los cimientos dónde van. Y, debería tener bases fuertes o ser leve como brisa de mar.
¿Le pongo pañales?
¿Lo llevo siempre conmigo?
¿A quién dejo entrar?
Nacer
Ella nació en el momento en el que nada tenía sentido. Sus manos desesperadas por caricias manoteaban incansables el aire en rededor. El salitre inundaba todo. Los muros de leche como sus dientes, llenos de palabras y sonidos aun por decir. La música de las hojas despiertas al otro lado de la ventana. Un sol vergonzoso traspasaba el encaje de red de la araña. Primeras visiones que ella no recordará.
Ausencias
Cada cierto tiempo, el mar deja de supurar por sus heridas. Es cuando da la bienvenida al dulce río y a las lágrimas de los navegantes. Entrelaza sus corrientes y barre el fondo abisal.
El mar, panza arriba, mira el Sol, y lo desafía con su brillo de espejo. Guiños, verdades, mentiras que las gaviotas toman como señal. Hay que lanzarse. No se puede vivir de espaldas al mar.
El niño cebolla
El niño cebolla no hace llorar. Nada de eso. El niño cebolla aprendió a quitarse los abrigos, las mantas, las capas y las sombras que cubrían su alma.
Y aprendió a volar con solo cerrar los ojos. Y vio ciudades crecer, campos fructificar, mares mecerse suavemente con la luna.
El niño cebolla no se traga las palabras sino que las deposita cadenciosamente en la punta de su lengua. Las lame, las besa, las acaricia. Las muerde y ellas solitas se colocan en el orden justo. Es cuando te desarma. Te desvela y te desfiguras.
Se mira en el espejo de unos ojos que le ignoran. Y esa es su lucha. No desvanecerse. Sin encenderse. Sin llorar. Crecer y romper más barreras. Propias y ajenas.
El niño cebolla se ata los cordones de los zapatos a la tierra.
El niño dentro del niño.