Abro los ojos, no hay nadie.
Los vuelvo a cerrar. No, aquí tampoco hay nadie. Solo un corazón que palpita automáticamente. Se ha dejado la marcha puesta. El siguiente que quiera abordar esta soledad, espero que sea una cuesta. Una pendiente. Una bajada. Una balada suave. Para dejarse llevar con este ritmo a cuatro golpes, a dos sangres, a un silbido, a un cuarto de soplo.
Etiqueta: compás
Invisible
Dame un poco de tu piel novel, yo puse toda la mía en el fuego.
Cúbreme los silencios, tararéame al compás de estos latidos de cristal.
¿No ves que no sé dónde estoy? Mis átomos están perdidos en la ciudad, pisoteados, ninguneados, comida para palomas.
Dame una poca de tu indiferencia, condiméntame las ganas.
Ordéname los huesos, átame tu bandera a este mástil de viento.
¿No ves que somos poca luz en un cuenco de aire? Llámame nadie porque ya soy tan invisible como tú.
El primer latido
¿Alguien recuerda su primer latido?
Yo no, pero su eco irrumpe en mi cabeza cada mañana al despertar. Una pulsión cada vez que alguien me mira de frente y me ve. Desnuda, con una fina capa de harapos vitales deshilachados. La mitad de un pecho al aire, el pezón zozobra apuntando al cielo y late, inesperadamente, un bravo latido.
Ese es un latido provocado.
En cambio, el primer latido fue uno como este. Tan inmenso que me provoca vomitar estas letras y jugar con las vísceras que las amalgaman. Aquí no hay nada que ver, despejen mi perímetro funcional. En estas entrañas no hay futuro que se pueda leer.
Esto es ahora y el compás se acaba cuando se acalla el latido con el siguiente. Que vendrá.