¿Dónde está?

Nos quedamos a media vida,
inhalando rápido las luces del mediodía.
El destino hoy se vistió de Carnaval,
a la espera de aplausos y algarabía.

Los huesos se preguntan dónde,
dónde queda el ascensor directo al mar.
Y se arrastran lentos, hipnotizados,
bajo trajes de salitre y cal.

El otro barrio, la favela enamorada,
allí donde el amor brilla y promete,
se esconde entre latas y botellas.
Vacíos contenedores de ilusiones vacías.

La madre llega con la voz fuerte,
para eclipsar todos los micrófonos.
Su hijo muerto le tira de la falda.
Apaga el interruptor. El silencio grita dónde.

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Contaminación

Solo podía respirar durante la noche.
Entre velas de algodón recién lavadas
hundía su cuerpo tierno, sus poros trémulos.

La contaminación, torpe tras la ventana,
golpeaba con nudillos leves el cristal.
Nadie ya afuera para guiar el volante del miedo.

La mañana trajo una nueva máscara,
un edén florecido de plásticos y humo,
camuflaje perfecto para el camino sin destino.

La soledad, a un lado de la carretera,
imploraba autostop al sol y a la luna.
La esperanza pasó de largo entre llamas azules.

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La medida del destino

Mido el tiempo que me queda
en pasos, alientos, miradas que dar.

Sumo escalones a mi espalda,
como todos, no me siento especial.

Surco bosques, ríos, veredas,
perdida como pez que llega al mar.

Descubro las señas de mis padres,
esas que me dejaron al pecar.

Y guardo dentro solo una duda,
si las alas de fuego me dejarán volar.

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Hechos

Hechos, dadme palabras.
Estoy sola ante vosotros,
dueños de vuestro destino y del mío.

Salida, muéstrame tu puerta.
Traigo el alma cansada
de merodear esta casa sin ventanas.

Viento, invítame a tu hogar.
Llevo alas inmaculadas,
amantes del sol y de la lluvia nuevas.

Navegante, súrcame la vida.
Abandono un silencio atroz
en cada puerto que no me ilumina.

Luna, escóndeme tu verdad.
Cubro mi melena de agua,
me agita cada mirada de mariposa.

En cada fractura, una cima.
En toda alma, la unión.
Hombre y mujer y rosa y espina viva.

Para Arturo Murguia.

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Alborada

Duerme la aurora acurrucada en mi almohada
Me inunda con sus rayos, me ve desmejorada
Llora lágrimas lentas, suaves, esperando la alborada
La beso, me mojo, un sonrojo en mi tez helada

Sigue mi camino de sueños, toda alborotada
Una niña visionaria, una rayuela atolondrada
¿Y si pudiera llevarla conmigo?
Toda la fe que detesto es la que me sirve de abrigo

Ni el Bien ni el Mal me perdonaron no ser sus amigos
La soledad, la gravedad, son siempre mi destino
Días sin luz, noches encendidas iluminan mi castillo
Allá mis vísceras, mis despojos, cuelgan de tu pico

Damisela de rizos, desciende de la noche cabalgadura
Suelta las riendas de la bestia, los hilos de seda, las ataduras
Asómate al espejo de otros ojos, al abismo de las conjeturas
Solo ahí, sobre un manto de margaritas, serás pura

El beso que el pétalo le roba al rocío, excelsa caricia desnuda
Destroza los parámetros volubles, es alquimia que cura
Un alma, dos almas, un millón de almas, lo que abarca el mundo
En su ir y venir entre galaxias perdidas, en su viaje iracundo

¿A dónde vas, muchacha, con las pupilas siempre en lo profundo?
Tu vida se puede quebrar en el espasmo de un segundo
Así que elige un tono de verde con el que tapizar la sombra del muro
Resguardo de tu lecho mortal, huerto de todos los poemas tuyos

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