Somos dos

Somos, por lo menos, dos
ocupando más espacio,
rabiosamente estupendos,
o haciéndonos chiquititos,
insignificantes,
sombra y luz,
en la oscuridad del alma
o en la claridad de la piel.

Pensar desde la dualidad
no ayuda a posicionarse,
tampoco a levantar el vuelo.
Tiempos pasado y futuro,
insensibles,
parciales,
grisean el cariz del presente,
fiscales contra seres fugaces.

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Jaula de estrellas

Picoteo la noche
como pájaro enjaulado.

Engullo estrellas
que derriten mis entrañas.

El fuego del universo
no sabe de relojes.

La duna gira a medianoche,
el cielo regresa a su cero.

Nuestras manos se entrelazan,
escriben un firmamento sin faltas.

En el principio y en el final,
la vida dentro, la vida quema.

Todo late en el espacio fuera,
un corazón caverna de desiertos y penas.

Pintemos los barrotes de azul nube,
miremos el abismo con la risa en las manos.

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Debo, puedo y quiero

Debo dejar un espacio en blanco entre nuestras luces.
Debo añadir un paso en falso a nuestras expectativas.
Quiero deber un beso a cada una de nuestras angustias.
Quiero beber de un sorbo todas nuestras imposturas.
Puedo apostar un sueño a las nubes que nos cubren.
Puedo juntar mis ramas y hacerle un nido a tus alas.

Debo, quiero y puedo.
No hay un por qué, solo un crecer.

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Silencio

La casa se construyó alrededor de un patio. El patio no existió hasta que se elevaron los muros a su alrededor. El cuerpo quiso abrazar esos muros y nombrarlos hogar. Las paredes gemían cuando el viento quería invadir su espacio secreto. La ausencia lloraba sobre la fuente del patio cuando cesaba la lluvia. La orquesta tocaba frente a la puerta y acentuaba los anillos en la madera.

¿Dónde vives, silencio? ¿Dónde naces? ¿Dónde mueres?

En cada casa, en cada patio, en cada muro.

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Ojos color alma

Cuando le conocí no pude distinguir bien el color de sus ojos, su mirada siempre apuntaba al suelo, a sus pisadas, a su ombligo. Él tímido, su ego envuelto en gasas oscuras.

El día que encontré su iris supe que había descubierto un nuevo color de alma. ¿Era la única persona que veía lo maravilloso de esa cortina de luz? Intentaba que no parpadeara tanto, que mirara de frente, pero más sonreía yo, más parecía detenerse su pupila en cualquier objeto menos en la mía. En un plato, en la etiqueta de una botella de vino, en la suela del zapato, en la hebilla del cinturón. Egoístamente desesperanzador.

La esperanza es lo último que se pierde, dicen. Bueno, yo he tenido demasiadas de esas, y más que perderlas las he ido encontrando a mi paso. He tenido tantas que muchas de ellas transmutaron en paciencias. En las historias siempre pasa algo, en este caso pasaron las típicas y manidas tiempo y espacio. Puede que más del primero que del segundo. Y personas, y bestias, y corazones, y lágrimas, y almas en formación. Pero esos ojos siempre seguían a mi lado aunque cada vez más difuminados. Eran más el tono de la idea de un color.

Y un día llegó, y llegaste, y llegaron tus ojos a mirarse en los míos. Ya no vimos que sonreíamos. Vimos que nos podíamos zambullir el uno en el lago azul del otro y que no nos ahogábamos. Que nos podíamos beber hasta la piel. Que la tuya sabía a alma y que la mía era dulce. Éramos sabios de nuestros colores, tactos y sabores, de los recuerdos que se estaban generando entre esas sábanas.

Somos dos mares. Juntos somos un océano. Ven a mojarte. No luches, yo te meceré en mi corriente. En estas profundidades no sirven anclas. Descorre la cortina. Desnuda tus ojos. Mírame, estoy desnuda en tus ojos.

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