A oscuras

Escribo para mí porque solo yo me quiero.

Escribo a oscuras por si acierto con las letras.

Escribo en cuevas del tamaño de un corazón herido.

Escribo gotas de un río que no puedo ser.

Escribo lo que me dejan contar.

Escribo, y todo se vuelve paz.

Escribo con la mirada alta, casi infinita.

Escribo y se duermen las garras que ayer no se dejaban limar.

Escribo cuando tú dejas de pensar.

Escribo el frío que sacudió mi alma tres horas atrás.

Escribo mas no se abren puertas en este solar.

Escribo tumbada los pensamientos que no logran dormir.

Escribo con las manos atadas a esta minúscula luz.

Escribo y se escapan los tiempos que no viviré.

Escribo de dientes adentro para no morder la vida.

Escribo, y duele. ¡Vaya si duele! Pero escribo por fin.

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Ahora

Todo esto se puede resumir en una palabra: ahora.
El ahora no puede andar solo.

Ahora estás,
ahora escapas,
ahora sufres,
ahora lloras,
ahora ríes,
ahora piensas,
ahora mides,
ahora suspiras,
ahora gimes,
ahora.

El ahora no abandona.
Sé que el ahora cerrará mis ojos cuando se me desborde este mar.

Ahora no promete porque no sabe durar.
Ahora jura que él nunca fue el mismo.
Ahora se desliza, no tiene garras.

Ahora me encuentra.
Ahora es dentro de mí.

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Un te amo

Dos cafés. Un bar. Una mesa cerca de la ventana, a la vista de los transeuntes y de los clientes.

Explícame que pretendías decir con ese te amo. Sabes que esas son palabras mayores. Yo amo pocas cosas. Amo a mi madre, a algunos miembros de mi familia, bueno, ya sabes cómo son, a mi sofá, a… a mí. Me amo, sí. Y no me sobra mucho amor al final del día. No para ti.

El silencio afiló sus garras. Las conversaciones de las otras mesas enmudecieron. Sus latidos giraban a la velocidad de su cucharilla en la taza. Alzó la mirada. Las pupilas de ella dos grandes puntos de interrogación.

No sé. Mmmmm… No le des importancia. Son cosas que se dicen. En las películas. Se me habrá pegado de escucharlo en algún lugar. Olvídalo. ¿Qué película íbamos a ver?

El bar cobró vida de nuevo.

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El sillón rojo

Madrid. Una calle a oscuras. Unos árboles pelados por las garras del invierno que aún no quiere soltar su piel. Un sillón rojo. Roto. Descalabrado. Un recuerdo abandonado en la acera. Un recuerdo muerto que ahora es mío. Yo, yo le doy vida. Yo le invento una historia que no tendrá.

Un sillón rojo. Otro remanso de caos en la ciudad. Un hombre sentado al sol que espera la lluvia para levantarse y volver a su casa. A su cuarto en el que nadie le espera y donde no hay espacio para ese sillón rojo.

Ahora los transeuntes ven el sillón rojo. Miran al hombre que sentado sobre la mugre parece esperar tiempos mejores y una lluvia que empape menos. Todos miran, nadie habla. En realidad, todos hablan y son una sola voz. En verdad nadie le mira.

El hombre cierra los ojos y eleva la mirada al cielo. Un milagro, una tormenta, una sacudida que le obligue a abandonar esa falsa comodidad. Ya está durando demasiado esa paz que solo un sol así de radiante puede dar.

Las horas pasan, y no llueve. El sillón rojo se destiñe en rosa. El hombre no está. El sillón rojo ya no le recuerda.

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