Mediodía en el parque

Hay un murmullo que se cuelga de las ramas
y una huella olvidada de bola de petanca.

El cielo se abre cuando cruza este oasis
y unos niños cambian su móvil por el fútbol.

Un billete falso aflora entre la arena de juego,
a salvo de las palomas y del peso del tiempo.

La duda se mece y ríe alto en el balancín,
al otro lado, sentada, la felicidad del hombre.

El vagabundo perdió también sus gafas aquí,
cada noticia en el periódico una caricia de letras.

Un café espera el vapor de la explosión del sol,
y también las mantas dobladas junto a la reja.

Los árboles se alinean para dejarnos su reposo,
variable sombra a sus pies, como el viento que me besa.

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Hay

Hay una lluvia de sol que no me moja.
Hay un paso que no quiere dejar huella.
Hay un camino que se me aparece en sueños.
Hay una caricia en el alma que quema las yemas.
Hay un segundo sin dueño que no quiere pasar.
Hay una palabra que se crea entre dos bocas.
Hay una sinfonía que pone música a mis miedos.
Hay un dolor que crece en soledad.
Hay un perdón que no quiere arrodillarse.
Hay un abrazo que abarca todo mi universo.
Hay una visión que enarbola tu bandera.
Hay un horizonte que perdió su norte.
Hay un día que sueña ser eterno.
Hay un amor que se hace fuerte al llorar.
Hay una posibilidad que habla con las paredes.
Hay un tú que no piensa en mí.

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Alfombra roja

La alfombra roja se hace camino cuando se pisa. Mi sueño es encontrar una persona así, alfombra roja, una reluciente e impoluta, lista para ser caminada. Que me diga que me suba a unos tacones de vértigo y que la recorra. —Así disfrutarás más—. Pero yo eligiré sentir el tacto mullido y obsceno de mi pie desnudo sobre su piel de sangre. Mis pisadas no dejarán huella. El rojo en cambio me inundará. No me moveré. Cerraré los ojos y respiraré la carne que se me ofrece. —Túmbate sobre mí—. Me arrodillaré y la besaré como navegante a tierra firme. —Tienes quince minutos, luego dejarás este lugar a otra—. Y lloraré, y patalearé, y gritaré hasta hacerme diminuta, insignificantemente grana. Una gota oscura. —No te vayas—. Me entretejeré entre sus nudos. Me perderé para siempre. Testigo mudo de nuevas pieles, de otras carnes, de otros silencios, de otras bienvenidas. —Tu tiempo acabó—. De otras estancias efímeras.

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