Bailar el alma

Hay algo sagrado
que nunca conocerás,
o quién sabe,
la vida te llevará
al borde del ojo
y de ahí saltarás.

Dejas poco en lo dado,
absorbes la calma
y te vas, ciego,
al encuentro del mar,
al ombligo del otro,
al espejo del mal.

Atas la intimidad
en promesas de paz,
quieres aprender
de los maestros en celo,
guardando los nudos
en tu alma mortal.

Yo amo el amor,
siento la nube al respirar,
la brisa fresca del respeto,
los dedos nuevos del rosal
que apartan las espinas
de tu suave caminar.

No llores en vano,
no profanes el altar
que mueve el mundo,
el que hace bailar el alma
entre pájaros de agua,
sin miedo al salto final.

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El niño cebolla

El niño cebolla no hace llorar. Nada de eso. El niño cebolla aprendió a quitarse los abrigos, las mantas, las capas y las sombras que cubrían su alma.

Y aprendió a volar con solo cerrar los ojos. Y vio ciudades crecer, campos fructificar, mares mecerse suavemente con la luna.

El niño cebolla no se traga las palabras sino que las deposita cadenciosamente en la punta de su lengua. Las lame, las besa, las acaricia. Las muerde y ellas solitas se colocan en el orden justo. Es cuando te desarma. Te desvela y te desfiguras.

Se mira en el espejo de unos ojos que le ignoran. Y esa es su lucha. No desvanecerse. Sin encenderse. Sin llorar. Crecer y romper más barreras. Propias y ajenas.

El niño cebolla se ata los cordones de los zapatos a la tierra.

El niño dentro del niño.

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Sueños

Dicen que los sueños no duelen, que duele despertar de ellos.

Cómo explicar que, silenciosos, los sueños me hablan de ti. Me acarician cuando no estás, me erizan, lamen el sudor de la piel que te llora.

Es cuando grito de placer que despierto y los sueños se hacen pequeños, diminutos, dos sombras negras del tamaño de tus pupilas.

Los sueños me ven mutar de niña a mujer y de vuelta al candor. Y yo les guiño mientras hago girar una piruleta en mi boca.

Arremolinados me señalan con su dedo inmortal. Se carcajean y moldean mi carne en jirones de nube.

Me retuerzo porque no estoy sujeta, porque no hay barreras que me guarden de ti, porque puedo merodear de horizonte a horizonte y sé que siempre estarás donde el sol se asoma al precipicio.

Y el principio es el final de cada sueño. La herida abierta. Los rayos de sol. La luna quebrada. La roca calcinada de los malos humores.

Abro los ojos. Sacudo el felpudo del corazón. Entra, pasa, el silencio es tu casa. Canta, aquí no hay ecos. El tempo se paró. La melodía se apea de la sangre.

Pasado o futuro, todo está presente.

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