El acantilado de carne llegaba hasta la playa,
la hacía suya ondulándose y curvándose
sobre las dunas.
Su pelo, olas antiguas que, saltarinas, llegaban
del epicentro mismo de todos los océanos.
Despeinado apenas.
Suave, tibio y atemporal, cual arena recién mojada
por los primeros rayos de sol del nuevo día.
Moreno de sal.