A cubierto

Pónganse a cubierto
Los vivos y los muertos
La balanza lleva trucada siglos
Y así seguirá

Seamos livianos, imprescindibles
Hagamos un fuerte sin bandera
Desempolvemos los puños en alto
Del baúl de nuestros ancestros

Pongamos en peligro el horizonte
Despertemos los sueños
Hay que espabilarlos, hacerlos realidad
Azotarlos hasta arrancarles sonrisas

El rescate empieza por nosotros
Quememos las naves y velas
Nademos hasta naufragar lo vil
Surquemos la tierra hasta morir

Share Button

Retrato

Ella, una hija de la tierra que todas las noches soñaba con elevarse por encima del castillo. Trabajaba duro para conseguirlo. Sus manos, regordetas y encallecidas, no habían trabajado la tierra pero desde su nacimiento imitaban las ramas de las que se colgaba y que le servían de improvisada atalaya.

Plena en carnes y en ideas. Soltera y solitaria por decisión propia, se había curtido con una gruesa capa de ironía con la que se defendía del frío vital y humano. Cuando de hombres se trataba, la capa supuraba aceite que la impermeabilizaba completamente. No podía llorar a la vez. Tampoco era un problema.

Apasionada comedida, porque todo era medible y catalogable, bajos instintos incluidos. Su visión de rayos X sobre cine, música o literatura, chocaba con las disecciones que había perpetrado instantes antes de mirar. La ficción era una realidad donde mecerse, acurrucarse y esperar una pirueta que la despertase de su letargo embrionario.

Soñadora analítica. La voluntad de no permanecer sufriendo en esta vida más de lo indispensable la llenaba de orgullo y de armas bajo la piel. Volar, sublimar, sobreponerse al tedio de mirar con indulgencia a los que la rodeaban. Escapismo ilustrado en un orden sobrio, recatado, mojigato. Una antiestética lucidez imposible de amar si no era debido a lazos de sangre.

Tan altiva que este su retrato se ha escrito desde la última grada de la memoria.

Share Button