Hechos

Hechos, dadme palabras.
Estoy sola ante vosotros,
dueños de vuestro destino y del mío.

Salida, muéstrame tu puerta.
Traigo el alma cansada
de merodear esta casa sin ventanas.

Viento, invítame a tu hogar.
Llevo alas inmaculadas,
amantes del sol y de la lluvia nuevas.

Navegante, súrcame la vida.
Abandono un silencio atroz
en cada puerto que no me ilumina.

Luna, escóndeme tu verdad.
Cubro mi melena de agua,
me agita cada mirada de mariposa.

En cada fractura, una cima.
En toda alma, la unión.
Hombre y mujer y rosa y espina viva.

Para Arturo Murguia.

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Un silencio en compañía

Hace muchos años escribí en una hoja que lo que anhelaba en ese momento era un silencio en compañía, no una compañía en silencio.

Las palabras no son proféticas. No se quedan atadas a las venas oprimiendo el riego, no. Las palabras son la sangre, y un cambio de piel no es suficiente para hacerlas desaparecer.

He mudado la piel, he crecido, he estirado la respiración hasta ensanchar los pulmones y encharcarlos de lágrimas. He regalado pedacitos de mí en ofrenda a una compañía que se dejara paladear. Ya no más. El silencio es mi compañía. La soledad no tiene otra salida que salir por patas.

He tendido la mano y han querido leer su futuro en ella. Me he dejado acariciar en una batalla con los elementos y la nube ha sido la única capaz de aferrarme fuerte y elevarme por encima de vientos y pájaros. No hay sonidos para describir la forma en la que me convertí. No hay furia que pueda enmudecer esa suavidad. Adoro este silencio que mueve la boca por mí. Amo esta compañía que se esconde de todos los ojos menos de los míos.

Si me quieres, prepárate a amar a tres.

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