El colapso siempre llega antes de que el diez aparezca en el horizonte. En nuestra boca, en nuestras fuerzas, en el corazón. Somos seres débiles y colapsamos cuando más seguros estamos.
Hay colapsos regresivos que nos impiden llegar a la meta, al uno. A la unión. Al ego. Al yo. Al tú. Al éxtasis.
Los hay disléxicos, danzarines, saltimbanquis, de los que se paran sobre los errores del camino, no atinan con el orden y nos ponen perdida la razón y la lógica. Pero siempre llega, el colapso.
El colapso no sabe bailar pero te lleva bien sujeto de la cintura. Te sacude y cimbrea de lado a lado hasta que caes como ficha de dominó.
Hace falta otro colapso para sacarnos del colapso. Algunos necesitan un terremoto, otros una tormenta, y a otros les basta el roce de una lágrima.
Está dormitando mi colapso. Le echo de menos. Voy a empezar a contar: un, dos, tres…