Bajo la corteza
el rayo se agazapa.
Un aullido en la casa
despierta a la tormenta.
Fuera, dentro,
todo es uno en el ruido.
Comienza débil la lluvia,
conversación de vecinas
en el portal.
Se hace fuerte y clara
cuando el viento
las empuja dentro.
Los cuerpos húmedos
no saben de pesadillas,
sueñan con soles líquidos
y jirones de pálidas nubes
con los que adornarse
los cabellos sueltos.
En el caserón
las piedras no dejan sitio
para más heridas,
y los recuerdos prefieren irse,
silenciosos y libres de miedo,
hasta el viejo palomar.
Dos antorchas de luz
levitan sobre la loma verde.
Se aproximan a la ventana
en su descenso diagonal,
hasta que llaman al portón,
y exhaustas, mueren.
Todo sucede,
mientras,
la tormenta.