Es esta la noche

Es esta la noche de los aullidos,
de los huesos de leche mirando la luna
que crece, y respira, y eriza la piel.

Es esta la noche de los pasos callados,
de las risas secas bañadas en miel
que compactan olvidos y sueños lentos.

Es esta la noche de las dudas de madera,
de los adornos de moho barriendo sombras
que cubren las copas de árboles de interior.

Es esta la noche suave sin pulso,
juguete roto de un amor olvidado
que espera la resurrección de los ojos.

Es esta la noche en que ya no soy,
es el mundo dentro que inunda el cielo
con gotas de terciopelo y miradas de bien.

Es esta la noche preciosa y muda
que el niño recordará al mirar su estrella
enmarcada en dulces nubes de algodón.

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La octava vida

Me quedé ahí plantada,
con los ojos cerrados
respirando abandono.

Con dos pasos invisibles
recorrí su historia,
me ahogué en su pena.

Escalones al olvido,
diecisiete paredes,
esqueleto del suspiro.

Un gato dulce sin alma
es ahora su dueño.
Lar de su octava vida.

Cae la mañana húmeda,
recuerda horas tibias,
el postrer giro de llave.

A la ciudad de Porto

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Cómo llegar

Es una visión dulce
no espantar al espejo.
Es una versión libre
de tu yo tenue, pálido.

La escucha sin vicios
de una noche por nacer.
El roce compartido
de almas a años luz.

El lado oscuro aparece
al cesar la mirada.
La basura emocional
son las ascuas de Dios.

Pisas un camino azul
que dejó atrás las nubes.
Dejas caer en lo inmóvil
esqueletos translúcidos.

Cómo girar la moneda
del lado menos costoso.
Cómo llegar a tu centro
sin romper todos los mundos.

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Brillo impuro

Déjame esa nube de postre.
Algodón dulce puro.

Escúchame entre el enjambre.
Miel y piel y jugo.

Báñame antes del desastre.
Río sin fin oscuro.

Límame el alma, dale lustre.
Hoja de brillo impuro.

Escríbeme desde el hombre.
Franco, invisible, uno.

Vuela y salta sobre mi lumbre.
Consuelo del muro.

Olvida la guerra y el hambre.
Ya no queda mundo.

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Un abrazo

Un abrazo tiene el sonido de dos alientos y un compás de huesos.
Un baile inmóvil de células que despiertan.
Del color de unos ojos clavados en la nada.
Un techo movedizo y una cama de carne.

Un abrazo se mueve sibilino y majestuoso buscando su corona.
Se alimenta de esperas e inquietudes vanas.
Duerme desvalido, andrajoso, sediento de piel.
Ciego a las piedras y hoyos del camino.

Un abrazo ni se da ni se recibe, se contempla desde dentro.
Ajeno al amor y al odio, a rencores y amistades.
Endulzado con lágrimas que brotan de sus poros.
Se dispone a morir cumplidas las veinticuatro horas.

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