La mujer del vampiro

Bellos son sus ojos,
y bello el reverso de su piel.

Él lo sabe, conoce bien
cada milímetro de herida.

De noche, solo sangre,
no existe cuerpo ni alma.

La pasión, al amanecer,
se duerme con nanas frías.

Otra vez en la muerte,
el mundo espera su beso.

La mujer del vampiro
desea ser torpe y reír fuerte.

Quiere caer en el sonido
de la luz amable, y morir.

Morir o vivir, da igual,
tan solo mutar en intangible.

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Mediodía

No vengo de comprar el pan,
ni el periódico ni la leche,
pero me siento en el banco
todavía húmedo como si lo hubiera hecho.

Las manos en los bolsillos
del abrigo buscan instintivamente
migas para alegrar a las palomas.
Mas solo guardan el tibio final de la mañana.

El mediodía ilumina triste
las gotas sobre la hierba
que aún resisten el tiempo.
El sol se escapa silencioso a otro barrio.

Los aviones allá arriba juegan
a formar nubes a su paso.
Tras unos segundos, la línea
se quiebra y el azul la devora con ansia.

Este podría ser mi banco,
o aquel otro enfrente mío
ser mi lugar en el mundo,
pero ¿quién quiere sentarse a ver derrumbarse el mundo?

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Petanca

Cada cual protege la suya,
la acaricia, la abrillanta,
la soba cual seno de mujer.

La arrojan muy lejos de sí,
pero no la pierden de vista,
en un tira y afloja del alma.

A lo lejos, todas lucen iguales,
baqueteadas, mordisqueadas,
mas cada una es historia única.

Una lleva cruces rojas pintadas,
polos sangrantes en que caer,
otra tres circunferencias cicatriz.

Hay quien se agacha para recogerla,
exhala un «ay» y la cadera cruje, otro
con cordón e imán, invoca la magia.

Llega ya el entretenido empate decisivo,
las distancias se miden y vuelven a medir,
no se permite margen al error ni a la pelea.

Al final se queda sola la bola más pequeña,
la intrusa, la jueza, la deseada y divina esfera.
Que nadie se olvide de ella, pues ella es el juego.

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El mapa del corazón

Necesitarás un mapa
para moverte en mi corazón.
Las calles son infinitas
y hay pocas avenidas.

El tráfico es caótico
a cualquier hora del día.
No hay semáforos, pero sí
infinidad de ceda al paso.

Pero si logras superar
el laberinto de hormigón,
encontrarás una loma verde
desde la que respirar.

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En la playa

Llevan ya dos horas,
toalla con toalla,
un silencio enorme de mar.
Sin rozarse los cuerpos.

Él se gira, la mira,
guarda su pesar
junto a la crema solar.
Ella ignora las gaviotas.

Por fin ella habla,
las gafas de sol asienten
y él deja una piedra
sobre el ombligo de ella.

Sonríen.

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