Descubrir, aprender, saber

Hoy descubrí que el ruido
es el arrullo del silencio.
Que las prisas son el mejor
abono para nuestras raíces.

Aprendí la vulnerabilidad
que nos hermana con las flores.
Que el agua es la sed pura
de la nube en mi puerta.

Hoy supe que los muros de piel
son los más difíciles de derrumbar.
Que los árboles tienen cosquillas
y los besos no dados pesan más.

Share Button

Es esta la noche

Es esta la noche de los aullidos,
de los huesos de leche mirando la luna
que crece, y respira, y eriza la piel.

Es esta la noche de los pasos callados,
de las risas secas bañadas en miel
que compactan olvidos y sueños lentos.

Es esta la noche de las dudas de madera,
de los adornos de moho barriendo sombras
que cubren las copas de árboles de interior.

Es esta la noche suave sin pulso,
juguete roto de un amor olvidado
que espera la resurrección de los ojos.

Es esta la noche en que ya no soy,
es el mundo dentro que inunda el cielo
con gotas de terciopelo y miradas de bien.

Es esta la noche preciosa y muda
que el niño recordará al mirar su estrella
enmarcada en dulces nubes de algodón.

Share Button

Mediodía en el parque

Hay un murmullo que se cuelga de las ramas
y una huella olvidada de bola de petanca.

El cielo se abre cuando cruza este oasis
y unos niños cambian su móvil por el fútbol.

Un billete falso aflora entre la arena de juego,
a salvo de las palomas y del peso del tiempo.

La duda se mece y ríe alto en el balancín,
al otro lado, sentada, la felicidad del hombre.

El vagabundo perdió también sus gafas aquí,
cada noticia en el periódico una caricia de letras.

Un café espera el vapor de la explosión del sol,
y también las mantas dobladas junto a la reja.

Los árboles se alinean para dejarnos su reposo,
variable sombra a sus pies, como el viento que me besa.

Share Button

Mi lugar de pensar

Puedo pasar horas pensando en el mejor lugar para pensar. Abro cajones, ventanas, puertas, y siempre hay algo. Algo que ocupa ese lugar para pensar.

Cierro los ojos, apago la música. No, ahí está el vecino que arrastra la silla. La discusión en el bar de enfrente. Ahí sigue la vida haciendo ruido. Ahí sigue ocupando sitio. Mi sitio para pensar.

Me pongo la cazadora y salgo a la calle. Todo se mueve. Camino hasta el puente. Aquí todo se magnifica. El cielo es más grande, las lágrimas caen a un caudal mayor, los pensamientos vuelan y se posan sobre las copas de los árboles allá abajo. ¿Será ahí dónde podré pensar en paz?

Al fondo se funden los niños en patines con las abuelas con los codos enredados. Miro mis manos, ya no tiemblan. Separo los dedos todo lo que puedo, los estiro dejando escapar rayos imaginarios por mis uñas. Aflojo. Observo el suelo entre mis falanges hasta que se convierten en finos hilos.

Durante lo que me ha parecido un segundo eterno el mundo ha parado su respiración y he escuchado la mía propia. Este debe ser mi sitio, pues. Arranco del banco en el que estoy sentada unas teselas de color.

Regreso a mi calle. La televisión de mi vecino me recibe nada más poner un pie en el zaguán. Hay olor a incienso, a coliflor cocida y a café. Abro la puerta de mi casa, sonrío, el aroma a café es mío. Me tumbo en el sofá. Clavo la mirada en el techo, luego en las piedras de colores, todo se apaga. Y pienso.

Share Button

El sillón rojo

Madrid. Una calle a oscuras. Unos árboles pelados por las garras del invierno que aún no quiere soltar su piel. Un sillón rojo. Roto. Descalabrado. Un recuerdo abandonado en la acera. Un recuerdo muerto que ahora es mío. Yo, yo le doy vida. Yo le invento una historia que no tendrá.

Un sillón rojo. Otro remanso de caos en la ciudad. Un hombre sentado al sol que espera la lluvia para levantarse y volver a su casa. A su cuarto en el que nadie le espera y donde no hay espacio para ese sillón rojo.

Ahora los transeuntes ven el sillón rojo. Miran al hombre que sentado sobre la mugre parece esperar tiempos mejores y una lluvia que empape menos. Todos miran, nadie habla. En realidad, todos hablan y son una sola voz. En verdad nadie le mira.

El hombre cierra los ojos y eleva la mirada al cielo. Un milagro, una tormenta, una sacudida que le obligue a abandonar esa falsa comodidad. Ya está durando demasiado esa paz que solo un sol así de radiante puede dar.

Las horas pasan, y no llueve. El sillón rojo se destiñe en rosa. El hombre no está. El sillón rojo ya no le recuerda.

Share Button