El río del cielo

Una vez fui hambre de mar,
entre olivos y moras solía caminar,
y la vida, una lagartija,
troceada entre comidas,
no cesaba de multiplicarse y vibrar.

La ciudad y sus mentiras
me volvieron a engañar.
El mar quedaba lejos, muy lejos,
los neones no eran faros,
tampoco puerto ni final.

Elevé mil cantos de sirena
a los cuatro vientos del cielo, al mar.
Todo fue en vano. Abandoné la niña
entre prisas de amores vendaval,
dejando las puertas del alma sin cerrar.

Tumbada sobre piedras ardientes
mi mirada se volvió rastrojo quemado,
campo en barbecho dócil como el pan.
A la espera de una visión alucinante,
a la espera de un río en el cielo. El mar.

Share Button

Sudores

Esta no es una historia, este es un río que no tiene cauce. Una nube de vapor que se posa igual sobre una flor que sobre un perro. Esta es una gota informe. Es un aliento mortal y primigenio. Es la resaca de una vida por desahuciar. Es el durante que encierra un gemido. Un alarido húmedo de entrañas esparcidas sobre el lecho, listas para ser destino y lectura y comida para almas carroñeras. Este es un sudor licuado de piel.

Share Button

Invisible

Dame un poco de tu piel novel, yo puse toda la mía en el fuego.

Cúbreme los silencios, tararéame al compás de estos latidos de cristal.

¿No ves que no sé dónde estoy? Mis átomos están perdidos en la ciudad, pisoteados, ninguneados, comida para palomas.

Dame una poca de tu indiferencia, condiméntame las ganas.

Ordéname los huesos, átame tu bandera a este mástil de viento.

¿No ves que somos poca luz en un cuenco de aire? Llámame nadie porque ya soy tan invisible como tú.

Share Button