Una vez fui hambre de mar,
entre olivos y moras solía caminar,
y la vida, una lagartija,
troceada entre comidas,
no cesaba de multiplicarse y vibrar.
La ciudad y sus mentiras
me volvieron a engañar.
El mar quedaba lejos, muy lejos,
los neones no eran faros,
tampoco puerto ni final.
Elevé mil cantos de sirena
a los cuatro vientos del cielo, al mar.
Todo fue en vano. Abandoné la niña
entre prisas de amores vendaval,
dejando las puertas del alma sin cerrar.
Tumbada sobre piedras ardientes
mi mirada se volvió rastrojo quemado,
campo en barbecho dócil como el pan.
A la espera de una visión alucinante,
a la espera de un río en el cielo. El mar.
¡Pero qué bonito! Es una maravilla de poema.