De todas las vidas

De todas las vidas que puedo elegir, me quedo con ésta que me deja en coma.
Si la vivo, me vuelve inútil.
Si la saboreo, me amodorra.
Si la estiro, me golpea en la cara.
De todos los despertares, elijo éste en el que no consigo abrir los ojos.

Y me quedo dentro. Suave. Oscura. Sin temor. Tan acompañada. Líquida. Sin meta. Imparable.

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El primer latido

¿Alguien recuerda su primer latido?

Yo no, pero su eco irrumpe en mi cabeza cada mañana al despertar. Una pulsión cada vez que alguien me mira de frente y me ve. Desnuda, con una fina capa de harapos vitales deshilachados. La mitad de un pecho al aire, el pezón zozobra apuntando al cielo y late, inesperadamente, un bravo latido.
Ese es un latido provocado.

En cambio, el primer latido fue uno como este. Tan inmenso que me provoca vomitar estas letras y jugar con las vísceras que las amalgaman. Aquí no hay nada que ver, despejen mi perímetro funcional. En estas entrañas no hay futuro que se pueda leer.

Esto es ahora y el compás se acaba cuando se acalla el latido con el siguiente. Que vendrá.

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