Bailén, 12

Silencioso,
altivo y señorial,
dominaba todos sus vecinos
con raíces antiguas borrachas de sol.

Cada día
a la virgencita
le pedía los chismes del barrio.
Ella, cual paloma, alzaba el vuelo.

Bendecía
el verde siestero
y los flashes de turistas sin fe
que rasgaban la superficie del alma.

Enterradas,
las fiestas del dolor
resurgían cada cumpleaños
de aquellos que no quisieron querer más.

Chicos, chicas,
nubes en el vidrio,
flores, pasos sobre el viaducto,
alas suspendidas de esperanzas.

Está solo,
bastión del recuerdo,
de la memoria de las lápidas
que se formaron en mitad del salto.

Le vi salir,
transparente y gris.
Llevaba el abrigo a juego
con el edificio que dejaba atrás.

Vagabundo
en su propia casa,
recogía migas de sonrisas,
retazos de vida azul que masticar.

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La catedral

La pintura formaba parte de la decoración de la casa. Tanto que se había vuelto invisible. Pero no para él. Sentado frente a la televisión, en una penumbra acogedora, las luces y flashes de la pantalla iluminaban con rápidos destellos el cuadro. El partido de fútbol se había desvanecido hace rato ya. No podía quitarle el ojo a esa pintura. Una vista frontal de una catedral, piedra arenisca, y una hilera de espigados cipreses a su izquierda.

No había manera de detenerse en los detalles arquitectónicos. La mano era tosca. Bloques de color que formaban bloques que se elevaban hasta el cielo.

Cerró los ojos y se vio sentado dentro de aquel espacio oprimente. Y, sin embargo, sonreía. Un viento perfumado de incienso antiguo le invadió. En un instante había regresado al lugar donde tantas veces sus pensamientos se habían alineado y puesto en orden. Una paz mentirosa, pero tan parecida a la que ahora experimentaba en medio del bosque, cruzando un reguero de agua, abarcando el tronco de un árbol que le devolvía el abrazo con la sombra de sus ramas.

Debía deshacerse del cuadro. Su novia ya se lo había advertido. Antes del Sabbat de Belotenia. La televisión podía permanecer y ser utilizada con moderación. Esa catedral representa todo lo que nosotros los paganos no somos, le decía. Pero a él le daba paz contemplarla.

No quería más problemas. Se levantó, descolgó la tela y le dio la vuelta. La apoyó contra la pared. Leyó: «No olvides de dónde eres. Con cariño, tu padre».

La madera servirá como base para algún collage, dijo en voz alta.

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