Puerta al pasado

El pasado aparece
si llamas a su puerta.
Se levanta perezoso
mientras hincha sus venas.
No tiene prisa,
él siempre estará ahí.
Dispuesto a arruinar
el día presente.

Mira esa flor, dice,
¿ya no recuerdas su aroma?
Golpea mi puerta
y te enseñaré su alma.
Firma donde te señalo
y te regalaré estas piedras.
No llores más, niña,
tu vida pasada te vela.

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Hechos

Hechos, dadme palabras.
Estoy sola ante vosotros,
dueños de vuestro destino y del mío.

Salida, muéstrame tu puerta.
Traigo el alma cansada
de merodear esta casa sin ventanas.

Viento, invítame a tu hogar.
Llevo alas inmaculadas,
amantes del sol y de la lluvia nuevas.

Navegante, súrcame la vida.
Abandono un silencio atroz
en cada puerto que no me ilumina.

Luna, escóndeme tu verdad.
Cubro mi melena de agua,
me agita cada mirada de mariposa.

En cada fractura, una cima.
En toda alma, la unión.
Hombre y mujer y rosa y espina viva.

Para Arturo Murguia.

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Esa sustancia

No es un sueño, son tres puertas que no se abren.
La primera es la del prejuicio, el cerebro locuaz.
La segunda es la de la distancia, el corazón en paz.
La tercera es la del futuro, esa sustancia del bien.

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Segundo piso

Era un rellano muy transitado. Ocho ojos, cuatro puertas. Ella bajaba su soledad a pasear. Él subía a tender sus retales de alma al sol.

La rutina que descendía por los peldaños esperaba paciente en el zaguán a que alguien le abriera la puerta para escapar calle abajo.

Ella miraba sus pasos acompasados. Él clavaba la mirada ansiosa en el techo. Se olisqueaban sin querer al cruzarse en el rellano.

«¿Me enciendes la luz de la escalera cuando se apague, por favor? Llevo las manos llenas de tanto pesar».

«Claro», dijo ella. «Espera que suelto el mío».

Y se miraron por primera vez. En el segundo piso.

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