Pecho desnudo

Este pecho es un páramo tranquilo.
Sopla el viento recio sobre la tierra
que se endureció tras morir el verano.

Un solitario perro corretea en círculos.
No hay sombra que le abrace,
su dueño le devolvió la libertad salvaje.

Su hocico huele la tormenta.
Anhela encontrar un lecho de sombras
o por lo menos una casa bajo unas ramas.

Llega el ruido, el rayo, la palabra.
Agacha la cabeza, retuerce las orejas.
Está solo, libre e indefenso frente al grito.

Ojalá conociera la plegaria adecuada,
mas de su boca solo ladridos nacen.
Y Dios nunca entendió de quejas sin amo.

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Horas cortas

Las horas cortas contigo
duran el pestañeo de un alma,
drogadas de sol y ternura
se deslizan por mis medias de red.

Ay, el brillo de unos ojos
ilumina la casa, y sus ratones
buscan otro hogar, más sombrío,
más húmedo, menos aireado.

Ya se cuela el primer rayo,
ya se abraza la luz con la noche que escapa
a otro continente,
a ser paño de lágrimas de estrellas bebé,
las sedientas de leche,
las hambrientas de tiempo.

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Sin filtro

Fantasma caliente.
Arena en los ojos.
Libro de sal.

Fue esta noche que soplé y el viento se retiró a su morada invernal.
Fue que viví y el castillo de días se desplomó.
Fue que amé y las guerras ondearon su bandera roja de muerte.

Simple como el mar.
Amable como el sol.
Duro como piedra de catástrofe.

Fue un rayo de noche el que me despertó.
Y el fuego primigenio leyó las líneas de mi mano.
Fue porque nací que no me olvido de ser.

Madre lejana.
Acúname.
Padre mío. Perdónate.

Fue el remordimiento el que volcó la paciencia.
Fue un abrazo el que desató las ganas.
Es la misión que incumplo la garantía de no llegar jamás al horizonte.

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La piel encendida

Hay miradas en las que te pierdes, y otras en las que te sumerges y de las que sales a flote palpándote un cuerpo nuevo. Miradas en las que entierras escamas de pieles centenarias. ¿Dejaste algo dentro de mí?

Primero mirábamos de reojo, hacia donde el rayo nos iluminaba a los dos. Luego el haz se movió y lo seguimos por toda la cama. Ya nos habíamos desnudado de palabras antes, en lo que tardaron los besos en ahogar los suspiros.

Cerramos la puerta al mundo y al tiempo. El lugar era la piel y la acción la exploración. No se puede caminar sin dejar huellas, y no se puede amar sin dejarse la piel.

La serpiente devoraba mientras se retorcía de placer y mudaba su piel. Las sábanas se llenaron de pequeños dolores que desertaban de una vida efímera y longeva quizás ya de recuerdos.

El rayo de luz nos marcaba los territorios a conquistar, las cimas que escalar, los ríos que lamer. Era demasiada luz. Una luminosidad que no cesaba en su parpadeo cruel. Dolía abrir los ojos, cerrarlos quemaba por dentro.

Se podría estar más dentro pero no más iluminados.

E igual que llegó, el rayo cesó. Nos invadió el abismo sin avisar. Ojos abiertos, miradas cíclopes cómplices. La luz hizo su casa en la cornisa, y tumbada, esperó. Esperó. Y esperó. Y desesperó.

No temas, ya le voy a dar yo cobijo. Hay luces que algunos no merecen, ¿verdad?

 

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