El perdón viaja a través de los siglos,
cinco, seis, diez, todos los necesarios
para pagar las deudas de sangre dormidas,
atardeceres sombríos y mágicos, olvidables.
La cadena de las almas arrebatadas al cuerpo
se irguió sobre la pirámide, altar de piedra.
Desafió los reyes, los soles, la carne sagrada,
destruyó la creencia en un mundo justo.
La guerra comienza cuando se muestran los escudos,
la gloria la alcanzan los hijos de los vencidos,
sangre de una sangre perdida, lujuria de tesoros escondidos:
plumas, oro, verdes y rojas piedras brillantes en el pico.
Nadie suelta el puñal hasta que la luna pide clemencia,
hasta que los ríos bombean sangre en la diástole de la polis.
Surcos en la memoria, siembra de conquistadores.
Pido perdón por las muertes a traición, por mi escudo inerte.