Mujeres y hombres

Vamos a separar esta dualidad,
el sexo del amor
y el amor de la realidad.

Veo al animal agazapado,
atento al placer
que eriza la pared detrás suyo.

Los ojos buscan sensualidad,
las manos listas
a seguir mapas sin trazar.

Sin orgullo somos seres libres,
una mala caricatura
de las nubes tras el secuestro.

La mujer se eriza sigilosa
con púas de cristal,
no da tiempo al hombre a pensar.

La voluntad es débil o fuerte,
según la lógica fiel
de cada momento, de cada latido.

Dejemos de imitarnos de lejos.
Entre la vida y yo
hay cordones umbilicales secos.

De esas viejas ambiciones nuestras
solo el presente queda,
perdido en un río de emociones.

Unamos tu verdad y mi realidad,
y viceversa, con arte,
pues esta historia aún no salió a escena.

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Testamento

En mi testamento dejaré
todas las palabras que no quisiste oír,
todo el sudor de mis uñas
y las lágrimas de mi vientre.

Todo lo que puedo legar
cabe dentro de una caricia palpitante,
una armadura de piel,
un eco de buenos días.

Mi última voluntad será
que tu silencio escuche mi postrer aliento,
viento de flores caducadas
en jaulas doradas por el sol.

En mi próxima vida veré
el fondo del mar que no me atreví a cruzar,
los tesoros ocultos detrás
de la sombra de tus ojos.

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Retrato

Ella, una hija de la tierra que todas las noches soñaba con elevarse por encima del castillo. Trabajaba duro para conseguirlo. Sus manos, regordetas y encallecidas, no habían trabajado la tierra pero desde su nacimiento imitaban las ramas de las que se colgaba y que le servían de improvisada atalaya.

Plena en carnes y en ideas. Soltera y solitaria por decisión propia, se había curtido con una gruesa capa de ironía con la que se defendía del frío vital y humano. Cuando de hombres se trataba, la capa supuraba aceite que la impermeabilizaba completamente. No podía llorar a la vez. Tampoco era un problema.

Apasionada comedida, porque todo era medible y catalogable, bajos instintos incluidos. Su visión de rayos X sobre cine, música o literatura, chocaba con las disecciones que había perpetrado instantes antes de mirar. La ficción era una realidad donde mecerse, acurrucarse y esperar una pirueta que la despertase de su letargo embrionario.

Soñadora analítica. La voluntad de no permanecer sufriendo en esta vida más de lo indispensable la llenaba de orgullo y de armas bajo la piel. Volar, sublimar, sobreponerse al tedio de mirar con indulgencia a los que la rodeaban. Escapismo ilustrado en un orden sobrio, recatado, mojigato. Una antiestética lucidez imposible de amar si no era debido a lazos de sangre.

Tan altiva que este su retrato se ha escrito desde la última grada de la memoria.

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