Rojo por besar

Ella esperaba la muerte
de aquella barra de bar.

Él traía el rojo carmín
de otros labios por besar.

Despojados de dueños,
dos almas a negociar.

La luz de sal abrazaba
sus miedos y felicidad.

Esclavos de sus manos,
la luna quisieron tocar.

Quién paga, quién cobra,
quién sufre al no amar.

Share Button

Pecho desnudo

Este pecho es un páramo tranquilo.
Sopla el viento recio sobre la tierra
que se endureció tras morir el verano.

Un solitario perro corretea en círculos.
No hay sombra que le abrace,
su dueño le devolvió la libertad salvaje.

Su hocico huele la tormenta.
Anhela encontrar un lecho de sombras
o por lo menos una casa bajo unas ramas.

Llega el ruido, el rayo, la palabra.
Agacha la cabeza, retuerce las orejas.
Está solo, libre e indefenso frente al grito.

Ojalá conociera la plegaria adecuada,
mas de su boca solo ladridos nacen.
Y Dios nunca entendió de quejas sin amo.

Share Button

Estrella invitada

Se dejó romper en millones de pedazos.
En polvo minúsculo, brillante y travieso.
Cayó, subió, y volvió a sumirse en las tinieblas.

Este viaje se gestó desde las sombras.
Desde el útero de los humedales del alma.
Empezó con un sí y se perderá en el infinito.

Un silencio como respiración de galaxias.
De los ojos que se vierten en tibias manos de leche.
Era noche cerrada cuando abandonó su vida a la deriva.

La estrella suspiró todos los halos dorados.
Soy el pasado que nunca alcanzaste, me dijo.
Y su estela escribió un garabato inocente en mi pecho.

Share Button

Calcetines

Me dijo que ya no sentía el camino,
que la piedra blanda
guiaba sus torpes pasos
a través de gentes ciegas.

Cruzó países desoyendo las fronteras,
que ignorantes y crueles
le preguntaban cuál era
el color de su alma y de su piel.

Ahora descansa en lo angosto de la vía,
junto al ganado y la zanja.
Su brújula, una línea imaginaria,
su pasaporte, una Biblia vacía de fe.

Share Button

Mi único recuerdo de la guerra fue…

Mi único recuerdo de la guerra fue la muerte de mi hermano.

No serían más de las doce del mediodía, y el llanto de mi hermano recién nacido resonaba en las cortezas del alcornocal. Superaban los gritos de mi madre entre los muros de la casa. Todo era posible, la vida o la muerte; y la comadrona ladeó la cabeza. Sí, yo lo vi, fue un leve no.

Una vez enjuagada la sangre, pude abrazar por primera y última vez esa carne tan blanca, tan blanda y tan extraña. El sol me cegaba cuando quise escapar del dolor de su visión. Ya nunca más temería la muerte. La guerra fue solo un giro de cabeza.

Share Button