Fuera, una primavera explosiva,
radiante, me llama a gritos.
Y yo me vuelvo chiquitita,
embrionaria apenas,
escondida bajo una manta.
Sí, hace sol en la calle,
pero la calle no es una posibilidad.
Milagrosamente no paso calor.
Entrelazo mis pies, mis manos,
me curvo entera, sin aristas.
El trinar de los pájaros silencia
miedos, caos y hastíos.
En la otra ventana el cielo
se impone altanero.
Nubes grises aguardan su turno.
Es la hora del almuerzo
y en el gran patio batallan
aromas de loción solar y paella.
Vence el costumbrismo
de unas vacaciones infantiles.
Bajo mis pies, un mar verde,
ondulante y silencioso.
Palomas curiosas picotean
entre mis dedos. Tras los aplausos
solo queda una. Sorda, quizás.
El mirlo en el alfeizar parece llevar
el sol en su pico. Canturrea confiado,
no me ve. Luego se abalanza
sobre unas despistadas flores,
roza leve su pecho contra el lila.
Todo queda fuera.
En espera.