Mujer, día y noche

Llegó el día en que el espejo no alcanzaba,
tan lleno de risas estaba.
Rebosaba la felicidad como río de plata.

Llegó la noche sublime de luz infinita,
sueños de hielo embravecido.
Ceguera sorda de los mil colores.

Llegó la mujer, una criatura sin rostro,
y se miró en el espejo vivo.
Deseó ser feliz con esas migajas.

Share Button

Río hombre

A tu lado
me convierto
en ribera.

Atalaya
donde mirar
tus crecidas.

Desde aquí
te conjuro,
amor mío.

Fluye leve,
con la luna
de mochila.

Eres hombre,
eres río,
agua sabia.

Guía de paz,
red de peces,
plancton plata.

No olvides
que te veo
y te beso.

Share Button

La sombra del lago

En el filo de la ventana
que no corta la carne
sino el viento entre fuera y dentro.

Planto la barrera de luz
frente a cielos estrellados
y manos que no saben qué agua besar.

La naturaleza aplaude lejos,
se sacude las gotas de amor
y moja el sudario de tierra yerma.

Sobra una hoja en mi pelo,
vuela de mí hasta su muerte,
donde las vírgenes lloran sus hijos.

La sombra del lago convexo es
niña, mujer, anciana de plata,
tumba de todo lo que hizo y ya olvidó.

Share Button

Un segundo después

Un segundo después,
la vida de ella paseó
detrás de todos los párpados.

Un segundo después,
un gavilán en el alfeizar
de la tenebrosa ventana.

Un segundo después,
la muerte era vida ciega,
hilván de amor de hermanos.

Un segundo después,
llegó silencio atronador
tras la última exhalación.

Un segundo después,
una comunión de lágrimas
hacia las aguas del cenote.

Un segundo después,
el descanso incalculable
de la natura que nos traga.

Seis segundos después,
vuelve la memoria guardiana
a su atalaya de plata.

Para Isabel Díaz

Share Button

Alfama

Siempre encuentro las manos que recogen la ropa.
Desafío al vacío, a la desnudez de la calle.
Ventanas sueltas cogidas con pinzas.
Almas reunidas en palomares urbanos.

Mi peso descansa sobre un banco verde
Encadenado al árbol que mira cómo vuelas.
Le encargo a la señora que planche mi melancolía.
No hay paz en estas calles que quiera ser compartida.

Guiño al sol que me levanta la falda.
El mar se eleva, abre sus fauces la luna.
Desgarra el viento las horas y las dudas
De un invierno desencantado que soñó con ser niño.

Lisboa se protege la piel de mosaicos con lluvia.
Brilla sin espejos, se quiebra en silencio.
Regresa a la edad de plata, dormita.
Sufre de amnesia, remonta ríos por inercia.

Encabritados los hombres, reniegan de las mujeres.
Se concentran en manadas, se escudan tras el yugo.
Devoran con avidez los restos de un pasado
Que les encumbró a ciegas a lomos del mundo.

Share Button