Un segundo después,
la vida de ella paseó
detrás de todos los párpados.
Un segundo después,
un gavilán en el alfeizar
de la tenebrosa ventana.
Un segundo después,
la muerte era vida ciega,
hilván de amor de hermanos.
Un segundo después,
llegó silencio atronador
tras la última exhalación.
Un segundo después,
una comunión de lágrimas
hacia las aguas del cenote.
Un segundo después,
el descanso incalculable
de la natura que nos traga.
Seis segundos después,
vuelve la memoria guardiana
a su atalaya de plata.
Para Isabel Díaz