Este cielo en blanco me recuerda el día en que estiré los brazos por última vez intentando tocar una nube.
Sabía que allá arriba se escondía, esa nube salvadora, esa red de hilos de seda virgen, ligera pero fuerte.
Y ese día mi alma se alzó, sobrevolando la ciudad de latón y piedra, un reposapiés gris de amargura.
Mi mano tijera lista para desnudar la metrópoli de artificios y cortarla por la línea de puntos de sus avenidas.
Era una tarde de playa, tumbada sobre las arenas doradas del tiempo, el reloj se dejaba broncear.
¿Alguien me escucha si grito desde esta bóveda clara? Dios, déjame tocar esa nube, no me hagas llorar.
Cómo me gustó! y cuanto los echaba de menos!